lunes, 7 de diciembre de 2009

HIGUERA DE VARGAS EN EL CATASTRO DE ENSENADA DE 1752

(Artículo publicado en la revista de ferias de 2007)

Corría el mes de abril del año 1750 cuando empezaron los trabajos ordenados por el Ministro de Hacienda, D. Zenón de Somodevilla y Bengoechea, I marqués de la Ensenada, que bajo el reinado de Felipe VI, pretendía hacer un recuento de todos los bienes que había en los territorios de la Corona de Castilla. La misión de este estudio era establecer un impuesto sobre la renta tanto para los bienes como para el trabajo, al que se denominó Única Contribución, ya que se quería simplificar la gran cantidad de impuestos que había en la época y sanear la maltrecha economía de las 22 provincias que componían el Reino de Castilla.
Aunque ese fue el espíritu de su realización, los datos recogidos permiten hacer una radiografía de los más de 12.000 pueblos y sitios analizados. Las respuestas generales del Catastro de Ensenada en sus 40 inquisiciones hacen un repaso bastante amplio por la situación de todos los pueblos castellanos y como no, del nuestro. A continuación se recoge un resumen de los datos más relevantes que en las más de 80 páginas originales (que podrían ser objeto de otra publicación) se trascribió de las contestaciones dadas sobre como era la vida de nuestros antepasados vecinos hace más de dos siglos y medio.
Con los fríos invernales y recién iniciado el año de 1752, el 12 de enero, llegó D. José Quevedo y Canseco (que, entre otros cargos, era Caballero del Hábito de Santiago, Capitán de Guerra, Gobernador y Superintendente de Rentas Reales de la ciudad de Jerez de los Caballeros), encargado de realizar los trabajos en esta parte del reino visitando Higuera de Bargas (como se escribía entonces) para entrevistarse con las personas elegidas para llevar a cabo el “interrogatorio”. En ellas estaban representadas las personas más importantes del pueblo y eran Román Álvarez Botello (el cura de la Iglesia Parroquial de la Asunción, única de Higuera, y su vez presidente del Estado eclesiástico), Diego Adame de Cantos (Alcalde de 1er voto), Lucas García Ávila (Alcalde ordinario de 2º voto), Francisco Nava y Bonilla (Capitán de la Milicia), Juan Gómez Santiago y Diego Méndez (ambos regidores de la Villa), Miguel Delgado Murillo (escribano) y varios vecinos elegidos por los Alcaldes y regidores por su amplio conocimiento del término (Juan Botello Cañedo, Pedro Díaz Flores, José Álvarez Botello y José Vázquez Grelo).
Como ya sabíamos, el pueblo era Villa de Señorío y por aquellos tiempos pertenecía a D. Joaquín Jorge de Quiñones en nombre de su esposa Dª Juana Sánchez de Silva Figueroa Vargas que ostentó el título de XVI Señora de Higuera de Vargas. Por esta razón, se estaba en la obligación de pagarle el diezmo de todas las producciones que había en la Villa, que por aquel entonces eran frutos de grano (trigo, cebada, centeno, etc.), semillas (habas, garbanzos,…), ganados (ovejas, vacas, cabras, cochinos, yeguas, lana, queso, etc.), abejas (miel, cera, enjambres,…). Tan sólo había cuatro productos que no pagaban tributo: la linaza, los carneros padres, la miel de repasos y el forraje que se sembraba para alimentar a los animales de labor.
Todos estos ingresos eran recogidos por Pedro Castaño, vecino de Jerez de los Caballeros, que era la persona designada por el Señor para este fin. Este impuesto, llamado diezmo consistía en que de cada 10 fanegas, el Sr. se llevaba una, y de cada 5, media y esa misma media si no llegaba a las 10. Lo cobraba tanto en semillas como en ganado que nacía y se criaba en el término, así como del queso, lana, ladrillos, pollos, legumbres, cera, miel y enjambres. Además era propietario de algunas tierras, entre otras de las tierras de labor de la Dehesa de Valhondo, por las que, además del diezmo, cobraba también el terrazgo, establecido en de cada 7 fanegas, una.
Pero no sólo aportaba esos ingresos nuestro pueblo al Señor de la Villa, si no que también le pertenecían la escribanía del Concejo (como se llamaba por aquellos entonces al Ayuntamiento), era el que nombraba los Alcaldes, los Regidores, el Alguacil, al Alcalde de la Santa Hermandad y otros responsables del funcionamiento del municipio.
El pueblo tenía en el aquel año 280 vecinos (considerando a cada uno como una familia), por lo que podemos hablar, seguramente, de alrededor de 1.200 habitantes. En esta época que estamos el municipio debía estar en plena ebullición, pues sólo 39 años después el número de vecinos había aumentado un 30%, hasta los 358 que se declaraban en 1791. Había 205 casas habitadas y 8 en estado ruinoso. Y los interpelados hacen constar que el Sr. de la Villa no cobra nada por construir las nuevas viviendas.
El término de la Villa tenía por aquellos entonces 7.158 fanegas en sembradura de puño y tres cuartillas (cada fanega de puño, que es como se media por entonces equivalía a lo mismo que la fanega de cuerda, o lo que lo mismo 8.750 varas castellanas cuadradas, siendo cada unidad de medida de estas equivalente a 0,6897 m2). Las dimensiones de Levante a Poniente eran de cinco cuartos de legua (aproximadamente 6,7 km) y de Norte a Sur una media legua (unos 2,7 km), teniendo los límites actuales, salvo por el Norte que lindaba, además de con el término de Alconchel con el Reino de Portugal (aún Olivenza pertenecía a la corona lusa). Estos son los datos recogidos tal cual del manuscrito original, si bien se puede comprobar que los puntos cardinales están un poco girados a los actuales.
Todas las tierras eran de secano si exceptuamos tres pequeñas huertas que había donde se cultivaban hortalizas y algunos pocos árboles frutales. Una de estas huertas se regaba con agua de una noria y las otras dos con las provenientes de una fuente.
Había dos pequeñas viñas cercanas a la población, una de Francisco Melchor y otra de un presbítero del pueblo, D. Pedro Moriche, si bien la producción de ambas era escasa y sólo para consumo propio.
Al igual que las viñas, existían dos cercados con paredes de piedra en los que se podían encontrar algunos olivos, aunque, también en este caso, la producción era escasa. El viñedo era el único que se hacía de una manera ordenada en lineos ya que el resto de los árboles no guardaban ningún marco de plantación, sino que eran “producidos por naturaleza y sin orden ni método”. Entre los cercados y las viñas ocupaban unas 250 fanegas de tierra.
El resto del término estaba ocupado por tierras de labor y por tierras dedicadas a la producción de hierbas y bellotas con que alimentar al ganado bien propio bien de los arrendatarios. La arboleda estaba compuesta por encinas, alcornoques, monte bajo y algunos acebuches.
La tierra de labor se dividía en tres Giros: Martín Sornero (la zona actual de la Cañada, próxima a donde estaba el antiguo campo de fútbol), el Pez y Villalgordo, entre los que se repartían 3.657 fanegas. El giro de Martín Sornero era el más grande ocupando 1.631 fanegas, de las que 817 eran de 1ª calidad. El giro de Villalgordo tenía 881 fanegas y el del Pez 1.145 (537 de 2ª calidad)
A cada fanega de trigo de sembradura le correspondían 1,5 de cebada, 3 cuartillas de centeno, 4 fanegas de linaza, 1,5 fanegas de habas sembradas en coceras y 0,5 fanegas de garbanzos a manta.
El resto del terreno se repartía entre las siguientes fincas: la Dehesa Boyal (con 676 fanegas y cuyos pastos y bellotas aprovechaban los ganados de labor y cerda), La Cañada (38 fanegas que sólo aprovechan los ganados), la Dehesa de Los Cotos (cuyas 226 fanegas eran aprovechadas por las yeguas y algunos otros animales), la Dehesa de la Moheda de los Blancos (las 420 fanegas se aprovechaban como hierbas y bellotas), La Dehesa de las Sierras del Pendón (con 504 fanegas y con una producción de bellota de alcornoque e hierbas), la Dehesa del Pocito (cuyas hierbas y bellotas eran aprovechas por el ganado en sus 394 fanegas) y la Dehesa de la Ganga (terreno baldío sin posibilidad de sembrarse como el resto en sus 993 fanegas). Todos los topónimos se han conservado en estos dos siglos y medio
La mayor parte de estas tierras eran propias del Concejo y los aprovechamientos se realizaban bien con los animales de los vecinos bien se vendían los frutos de hierbas y bellotas para pagar los impuestos a que se debía hacer frente. Por ejemplo, las hierbas de Los Cotos y Los Blancos eran vendidas a la Real Cabaña por 4.600 reales al año, con la condición de que los ganados de labor y las yeguas de los vecinos también podrían estar junto con el ganado de los amparados por el Rey. La montanera y las bellotas de las fincas se vendían a los vecinos para engordar sus cochinos o bien a forasteros que traían sus partidos de cerdos ibéricos a nuestros montes. Sumando todos los beneficios que el Ayuntamiento obtenía por la venta de los aprovechamientos de las tierras se recogían cerca de 30.000 reales de vellón al año.
Los precios que se pagaban por las producciones agrícolas y ganaderas de hace 2 siglos y medio eran los siguientes, según declararon nuestros antepasados ante la autoridad: 15 reales de vellón por cada fanega de trigo, 7 si era de cebada, 10 por la de centeno, 12 por la de habas, 20 por la de garbanzos, 14 reales por fanega de linaza y 24 por cada arroba de lino. Por la arroba de miel se pagaban 20 reales de vellón (4 reales por un cuartillo) y 66 por la arroba de cera en rama. En cuanto a las producciones del ganado, los precios que unos años con otros valían lo que se producía en aquella Higuera de Vargas eran 22 reales por cada arroba de queso de oveja (3 reales por cada queso suelto), 15 reales por arroba si el queso era de cabra (1,5 reales si se vendía por queso suelto), 2 cuartos por un cuartillo de leche de cabra. 43 reales se pagaban por cada arroba de lana de oveja merina y 2 reales por cada fanega de espigas de basurilla (rastrojos). A los olivos se les consideraba una producción de media fanega de aceitunas de media unos años con otros a razón de 15 reales cada fanega. En cuanto a las viñas, se estimaba la producción en 8 cargas de uvas por fanega, cuyo precio era de 10 reales.
Aparte del diezmo que ya hemos explicado anteriormente, los labradores se veían obligados a pagar otros tributos. Las Primicias consistían en que por cada 12 fanegas de trigo y cebada (de cada clase) que recogían se pagaba 1, aunque sólo se pagaba por estos 2 productos. Este impuesto iba a parar a la Iglesia, dividiéndose en 12 partes: 6 iban a parar a la fábrica de la parroquia (para arreglar las posesiones de la misma), 3 al cura párroco, 2 a la Capellanía que fundó Alfonso Fernández de Vargas (I Señor de La Higuera a mediados del s. XIV), y la parte restante al sacristán, que en aquel entonces era ocupado por el capellán de la Capellanía referida, D. Pedro García Moriche, a su vez presbítero de la Villa. Pero también estaba el “Derecho del Voto del Señor Santiago, Patrón de las Españas”, que tenía que ser asumido asimismo por los agricultores y era entregado a la Santa Iglesia del Señor Santiago en Galicia y que consistía en que si el labrador llegaba a recoger 10 fanegas entre todas las semillas que sembraba tenía que pagar una cuartilla si las labraba con una yunta de animales y media fanega si lo hacía con 2 ó más yuntas, ya fueran propias o arrendadas.
Las aguas del río Alcarrache servían para mover las muelas de los 6 molinos harineros que se encontraban a la orilla de su cauce y que molían unos 6 meses al año. Todos eran de una muela y pertenecían a Andrés Lavado, José Vázquez, Juan Chacón, María Rodríguez de la Mata, Pedro Guerrero y Francisca Morgada. La ganancia anual, a maquila, por la molienda la estimaron en 50 fanegas de trigo. Para las épocas de verano, cuando el Alcarrache no llevaba agua había otras cuatro atahonas en el pueblo, nombre que le daban a los molinos que se movían con la fuerza de un animal, en vez de con la fuerza del agua. Estos eran propiedad de Juan Chacón, Francisco Nava; María Macías y José Cadenas y le asignaban una ganancia de 22 fanegas anuales a lo largo de los tres meses que molían al año.
En cuanto al ganado, las ovejas se destinaban principalmente a la obtención de lana, siendo los corderos secundarios, pues, según declararon a cada 6 ovejas le estimaban 2 borregos de producción al año. Con todo ello a cada oveja, teniendo en cuenta hasta el queso le estimaban una ganancia de 11 reales y 3,3 maravedíes al año. Un borrego de un año con lana dejaba 25 reales y sin ella sólo 16. Hay que tener en cuenta que por aquellos tiempos no existían las fibras artificiales que han hecho descender al mínimo el precio actual de la lana.
El precio de un becerro mamón se valora en 88 reales de vellón, 132 si se trata de un añojo, 165 reales si era un eral de 2 años y 253 para un novillo de 3 años. Si se trataba de un buey para labor su precio podía alcanzar hasta los 275 reales y su arrendamiento costaba 55 reales para la sementera y otro tanto para el barbecho.
En cuanto a los cochinos, la respuesta recoge que una cochina producía 3 lechones al año, que se vendían a un precio de 15 reales a los 6 meses de edad, 33 si eran de un año, 55 reales si se trataba de animales de año y medio, 75 reales para los de 2 años y si se vendían con tres años para vida 80 reales y si eran gordos ya, alcanzaban los 130. Tanto la producción como la larga vida de los animales porcinos nos extrañan ahora, pero se trataba de cerdos ibéricos y que alimentaban a base de lo que había en el campo.
Los potros tenían un valor de 100 reales de vellón para los de un año, 200 para los de 2 y 300 para los de 3 años. Mientras, un burranco de 6 meses valía 50 reales, 55 si era de 1 año, 110 si se trataba de un animal de 2 años y 154 para uno de 3 anualidades.
En cuanto a los chivos valía 8 reales, 14 reales con 1 año, 24 con 2 años y siendo macho de 3 años llegaban a pagarse 40 reales.
En el término de Higuera había unas 330 colmenas que dejaban de beneficio cada una unos14 reales de vellón, considerando todas sus producciones (enjambre, miel y cera), aunque si éstas se repasaban después de haber enjambrado por San Juan o entre finales de mayo y principios de junio, el beneficio ascendía hasta los 22 reales por unidad.
El Concejo municipal tenía en propiedad varios edificios: la casa de Cabildo, el Posito y la Cárcel, todos ellos situados en la Plaza. Otra casa contigua a las anteriores donde vivía el Ministro ordinario, otra que se utilizaba como fragua y otra como carnicería.
En otra de las preguntas realizadas se indagaba sobre los gastos del Concejo y gracias a las respuestas dadas podemos conocer que, aunque los Alcaldes y regidores no percibían salario por sus servicios, si que había otros que lo hacían. Así Manuel Rodríguez Moreno, Mayordomo del Concejo, cobraba 200 reales anuales. Sebastián Medrano, como médico de la villa percibía 2.805 reales en metálico y le permitían engordar 6 cochinos (llamados escusas) en la montanera (valorados en 18 reales cada uno de ellos). Miguel Delgado Murillo, como Escribano del Cabildo, percibía 1.500 reales en dinero y 6 escusas. Pedro García Moriche, presbítero, por estar al cargo del reloj percibía 100 reales. José Antonio Sanguino Boticario, que era el abastecedor de aguardiente, recibía 486 reales del Concejo más los ingresos de su botica. Francisco Moruno, como presbítero preceptor de Gramática recibía 150 reales más otros 236 reales y 2 escusas por se capellán de la Misa de Alba y decirla en los días de fiesta. 780 le entregan al Predicador de Cuaresma. 1.350 reales se utilizaban para pagar los 16 guardas y porqueros que guardaban las bellotas y cuidaban los animales propios del Concejo.
En cuanto a los impuestos satisfechos al Reino, los más importantes eran 6.300 reales por el Tributo de Alcabalas y Cientos de su Majestad, 1.390 reales por el de Millones, más de 1.416 reales por los servicios ordinarios y extraordinarios, 110 reales por el impuesto del Fiel Medidor, o por ejemplo 490 reales por el abastecimiento de jabón, y otro sin fin más que llevan a responder a los higuereños en la pregunta 27 que consideran que la Villa estaba “algo cargada en las cantidades que paga”.
Entre otros gastos recogidos se citan 130 reales a los vecinos que matan lobos, 192 reales a los tasadores de bellotas, 600 reales en cera para la fiesta de la Candelaria, 540 reales que se utilizaban para criar niños huérfanos, o 240 reales en limpiar y criar resalvos de encinas y alcornoques, y las otras públicas y repasos a las casas propias otros 180 reales.
En aquella mitad del siglo XVIII había una taberna de vino, vinagre y aceite (a cargo de Juan Ruiz), el puesto de aguardiente ya comentado (de José Antonio Sanguino), un abastecedor de jabón (Francisco Delgado) y un mesón (de Francisco Rodríguez), pero no había tendero ni mercaderes.
En cuanto a profesiones de la administración, además del médico, boticario y escribano público ya reseñado, había un notario eclesiástico (Plácido González), un Administrador de Rentas Generales, Tabacos, Lana, Pólvora y todas Siete Rentillas (Francisco Camba); un Visitador de la Renta de Lanas (Manuel Navarro), un Guarda a caballo de la Dehesa del Rey, situada en el término de Jerez (Pedro López), un barbero (Juan Martín – el menor) y un barbero-sangrador (Juan Martín – el Mayor); un cobrador de diezmos, un peón público (Juan Álvarez), cuyos ganancias anuales oscilaban entre los 900 reales del Guarda a los más de 7.000 del visitador de lanas. En el pueblo existían varias Obras Pías.
Se recogen las ocupaciones que había en el municipio: 3 milicianos (el sargento José Hernández, Pedro Gómez y Michael Vázquez), 2 maestros alarifes (albañiles, que eran Diego Rodríguez y Mateo Rodríguez), 2 Albeytares (herradores: Francisco Delgado y Alonso Macías), 1 herrero (Alonso Román), 3 maestros de zapateros de obra prima (Pedro Hernández, Diego García y Agustín Cabalgante), 1 oficial de zapatero remendón (Juan Gómez), 1 maestro de sastre (Manuel Eusebio), 2 oficiales remendones de sastre (Manuel Sánchez y Cristóbal del Castillo), 2 carpinteros de obra basta (Juan Flores y José Parra), 4 tejeros que fabrican teja y ladrillo cocidos y además eran jornaleros (Miguel de Lima, José Vega y Gabriel Romero), 3 hortelanos (Pedro Gómez, Manuel Vázquez que llevaba arrendada la huerta de María Parrón, y Antonio Rodríguez como arrendatario de la de Capellanía de D. José Julián), 1 calero y jornalero (Benito Vázquez) y los 6 molineros. El jornal diario de cada uno variaba desde los 6 reales de los alarifes al 1,5 real del zapatero remendón.
En cuanto a los jornaleros del campo cobraban 3 reales diarios y se recogía un número de 95. Los mayorales que trabajaban con el ganado ganaban dependiendo de la especie a la que se dedicaban. Así uno que se encargaba de los cerdos ganaba 624 reales al año, mientras que los estaban con las yeguas o las cabras percibían 532 y los de ovino ganaban 624 reales de vellón. Los zagales ayudantes cobraban 510 reales si estaban con las ovejas, 300 si lo hacían con los cerdos y con las yeguas.
Ya por último, a la pregunta 36, respondieron que en la Villa existían 6 pobres de solemnidad. Anteriormente habían informado sobre “una casina pequeña que sirve de hospital para recogerse los pobres transeúntes”.
Y como otro dato curioso el abastecimiento de sal también estaba regulado por el Reino al considerarse como un bien de primera necesidad. El consumo en la Higuera de 1752 era de 121,5 fanegas que se pagaban a un precio de 43 reales de vellón, por lo que la Villa tenía que ingresar en las arcas de la Administración en Jerez de los Caballeros la cantidad de 5.224 reales.
Afortunadamente muchas cosas han cambiado en estos dos siglos y medio, pero Higuera de Vargas sigue manteniendo la orientación que ya tenía por aquellos tiempos. Sus gentes se dedicaban a la ganadería y la agricultura, y se denotaba la falta de emprendedores en el pueblo si comparamos la situación en que se encontraban los pueblos cercanos.

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