miércoles, 24 de noviembre de 2010

EL RINCÓN DE MI MEMORIA - MI CALLE

“EL RINCÓN DE MI MEMORIA” - MI CALLE

(Desde el recuerdo de otros tiempos, no desde la nostalgia)
Mi calle, calle Zarza ahora, y como siempre la llamaba mi abuela entonces. En mi infancia, otro nombre, recuerdo de batallas antiguas (aunque sin rencor, nunca olvidadas), colgaba de una placa de pizarra en la casa de la esquina.
“Zarza”, sabor agreste, fuerte, áspero, agridulce… Calle “Mora” a su lado, transitando hacia la plaza.
Calle empedrada, blanca de cal. Recorrida una y mil veces, piedra a piedra, puerta a puerta, casa tras casa.
Vivida en todas las estaciones. Ateridas en invierno, sudorosas en verano, mis amigas y yo jugábamos en la esquina de “los Pozo”, en la “cochera”, a todos los juegos que nuestra imaginación ideaba. A veces, como algo extraordinario, la puerta se abría para dejar pasar aquel Seat Mil Quinientos que salía y contemplábamos embobadas, dejando atrás aires de la gran ciudad, para nosotras tan lejana.
Esa esquina de los pregones del día que escuchaban las mujeres asomadas. "Entruejos" en carnavales; cántaros y espiches que volaban entre cánticos y risas partiéndose luego en mil pedazos. Cubos de agua que mi hermana (debajo su impermeable), lanzaba a todo bicho viviente masculino que se atreviera a cruzarla. La diana que tocaba y todos perseguíamos en las mañanas somnolientas de la feria… El carro de los helados… El médico (Don Paco) que visitaba…
Calle abarcada pared a pared, cadena de manos amigas, con canciones de matanza (por la tarde las bombillas que tirábamos explotaban asustando a las vecinas en sus casas).
Calle larga, contemplada desde el postigo de nuestra ventana, oteando hacia poniente los negros nubarrones que se acercaban atropellándose desde Portugal (“del charco” decían mis padres), y que tanto pavor entonces me causaban. Cuando descargaban, toda ella se convertía en un río que bajaba amenazante, para después estrecharse en la regadera (“regaera”) que discurría por el centro como un minúsculo arroyo de agua clara entre las piedras. Gruesos goterones caían de las rejas y balcones.
De día, alegre .En las noches de invierno, oscura y solitaria. Rebosante de vida en las noches de verano. Corros y corros de sillas en las puertas, al fresco, conversaciones y saludos. “Los de la Sierra” que pasaban repeinados y arreglados camino de la plaza, y que mi vecina Marcela “la Chata” piropeaba entre risas de todos los presentes.
También en ella vivía mi tía María, casa muy recordada, un poco mía, nuestra, de mi madre, de mis hermanas… Recuerdos de ferias, navidades y veranos posteriores…
Más abajo, hacia el Caño, la tienda de Rogelio, con su papel de estraza envolviendo todo aquello que comprabas. Estanterías y mostradores de madera, sacos de patatas, abolladas balanzas de platillos, cuadernos donde apuntaban lo fiado... Otra tienda en la acera de mi casa, la de Amalia la “Careta”, pequeña, apretujada, oscura, misteriosa para mí y en la que apenas entraba.
Hacia el centro de la calle “La academia”, a la que acudía en mis primeros años de bachillerato, en la casa de “La Jambra”. Don Felipe, don Antonio, don José… Pupitres desvencijados de madera, manchados de tinta ,desechados de la escuela, se alineaban de cualquier forma en los antiguos dormitorios de la vivienda. Mi primer latín, el francés, el grueso libro de Ciencias Naturales… entre risas, llantos, travesuras y capones…
Calle recorrida con mi vieja bicicleta de segunda mano que saltaba a trompicones sobre el empedrado, y que mi padre había cambiado por una moto aún más vieja que tenía.
Mi calle, en fin… la calle de mi infancia.

María Prieto Sánchez.
La Palma del Condado (Huelva). Noviembre de 2010

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